miércoles, 16 de marzo de 2016

1.1 Conexión

No olvides el capítulo anterior:
Capítulo 0: Alfa



Primera Parte: LAS PARTES DE UNA MUÑECA
Capítulo 1: CONEXIÓN








Llueve, piensa. Otra vez llueve.
            Llueve y la lluvia empapa su ropa y su pelo, mientras corre desesperada a través del reducido pasadizo entre los edificios. Llueve y parece que la lluvia se despidiera de ella. Le dice adiós, con su torrente continuo de agua, cayendo en gotas enormes como balas que impactan su cuerpo a quemarropa. Quizá es sólo la premonición burlándose de ella. Es la profecía cumpliéndose, finalmente. «No debiste meterte en este pozo», le dice. «Habría sido mejor pensarlo dos veces, aquella vez…». Y Rei está segura de que la Profecía tiene razón.
            Mira instintivamente hacia arriba. Un cuervo sobrevuela por encima de su cabeza, siguiendo la misma ruta que siguen sus pies en tierra. Parece protegerla… O quizá la está acechando. Puede que no sea más que los ojos de sus perseguidores. ¿Quién puede saberlo, a estas alturas? De cualquier manera, no tiene mucho tiempo para detenerse a pensar. Pronto la acorralarán, será su prisionera. No cabe duda de que este es un sobrevalorado tiempo perdido. La Profecía tiene razón cuando le dice que sólo está postergando lo inevitable. Su destino ya ha sido escrito. No hay forma de cambiar eso.
            «El virus se está procesando» –dice la niña de la Profecía–: «El gusano ha sido plantado, y pronto arrasará todo a su paso. La Papelera de Reciclaje está vaciándose, Mujer. ¿Y quieres saber algo? Tú estás en ella».
        
    Jadeando, gira en un recodo de los pasadizos, y camina por un nuevo callejón tan estrecho que parece anémico. Busca en el interior de su canguro el teléfono móvil, y luego lo saca del bolsillo. Abre la pestaña, observa la pantalla donde figura una foto suya con alguien más. Busca en el historial para saber si tiene alguna llamada perdida. Algún simple mensaje codificado entre las diferentes carpetas. Digita sobre las opciones. Las gotas empapan el cristal. No, no ha recibido ningún llamado. No tiene ningún mensaje. Está sola.
Resopla con fastidio. Se pregunta dónde estará su contacto. ¿Por qué aún no se ha comunicado con ella? Ha pasado una semana desde la fecha señalada… ¿Qué lo llevó a dejar que las cosas se le fueran de las manos?
            ¿Le habría ocurrido algo?
            Sus ojos claros escudriñan el camino. Buscan un refugio. Si sigue corriendo, no llegará muy lejos. Está exhausta. Sin embargo, lo único medianamente confiable en aquella callejuela son unos oxidados tachos de basura que le recuerdan alguna vieja historia, de esas que en una reunión habría sido una anécdota estupenda, pero que en ese momento no es más que un ave que pasa velozmente por su cabeza, a ras de sus pensamientos, para huír luego hacia los confines más alejados de un limbo desconocido.
            Él estaba en lo cierto. Había cosas que no podían ser simple casualidad. Cosas que iban más allá de nuestro entendimiento. El problema no era la explicación, sino los resultados. Si toda su teoría tenía algo de cierto, entonces seguro nuestro mundo –tal como lo conocemos– caería de manera definitiva en la paranoia, desatando un auténtico pandemónium. Lo que ellos saben ahora no puede saberlo nadie más en el planeta. Cierto. Pero, a pesar de todo, tampoco puede contar con ocultarlo para siempre. Las personas necesitaban saber la Verdad, aunque las consecuencias fueran devastadoras. La mentira, ya se sabe, nos ha llevado al descontrol. La Verdad podría ser peor… pero es la Verdad, y contra eso no se puede luchar. Tal vez no nos guste el sol, pero el sol seguirá estando ahí arriba día tras día, por el resto de nuestras vidas. La Verdad es lo único que, la conozcamos o no, vivirá con nosotros hasta el instante en que nos toque morir. Conocerla podría ser la respuesta. Ella necesita pensar así.
            Vuelve a girar en el siguiente cruce de callejones. Está atardeciendo. Pronto, los nubarrones en el cielo se harán aún más oscuros. Anochecerá, y entonces las cosas se pondrán todavía más feas. Aunque… ¿podría ser peor de lo que ya es? Debió huir del único lugar físico donde su contacto la buscaría, y a cada segundo estaba alejándose más y más. Tampoco cree que pueda regresar, porque sus perseguidores tendrán vigilado su refugio. Incluso es probable que lo capturen a él cuando fuera a buscarla. Pensar en eso la ruborizaba. La sola idea de imaginar que aquellos tipos podían tomarlo por sorpresa y hacerlo su prisionero le resultaba aterrador.
            Si tan sólo la llamara…
            Pero no la llamaba. Ni la llamaría. Está segura.
            Algo debió pasarle. La incertidumbre y la impotencia la fastidian. Son simples restos de la misma Profecía. Sabían que aquello fracasaría desde el comienzo. Lo sabían. Pero decidieron darle la espalda a las advertencias, a las piedras, a las señales, y ahora ya no había manera de regresar. Es probable que acaben en un sitio muy oscuro. Un sitio del que no podrán regresar jamás. Ese sitio del que les habían hablado tanto…
            Un relámpago barre el cielo de un solo golpe, iluminando el callejón por donde se mueve, y luego el estallido del trueno le hace bajar su cabeza de forma involuntaria. No le gusta nada hacia donde va todo aquello. Se siente vulnerable, perdida, desprotegida. Todos esos sentimientos que durante las últimas semanas transmutaron su oscuro pozo en un resplandor enceguecedor ahora se esfuman como el humo, dejándola sin ganas y sin tiempo.
            –¿Dónde estás? –murmura, agitada. Pero la respuesta permanece invisible.
            Sólo lluvia. Lluvia como una ducha helada e interminable, y los pasos detrás que no se cansan de perseguirla. ¿O es que ya no la persiguen?
            (Lluvia)
            Se detiene. Mira hacia atrás. El callejón está vacío. Sólo el silencio de la…
            (Lluvia)
            …la lluvia cayendo adorna el paisaje con aspecto abandonado. Los ha perdido. Finalmente. Se apoya en la pared y se toca instintivamente la cadera derecha, como si lo recordara de repente, justo donde la sangre hace mucho que comenzó a traspasar su ropa. Le duele. Un dolor como nunca sintió antes.
Cierra los ojos. Respira profundo.
            Necesita volver al refugio. Necesita regresar a aquel cuarto oscuro y lúgubre que le hace pensar en una extraña –pero familiar– prisión. No puede huir de ese punto exacto, porque sabe que es allí y sólo allí, donde él iba a buscarla.
Maldice. Vuelve a mirar el cielo. El cuervo que la seguía ya no está por ninguna parte. No queda ningún rastro de tinte oscuro. Parece que, de momento, el peligro ha pasado. Entonces se le ocurre algo. Piensa: ¿Realmente sabían ellos que me escondía en ese edificio? Quizá sólo habían recibido el dato de que me ocultaba en este bulevar, pero no tenían especificaciones del sitio exacto. Si tan sólo pudiera volver…
            Comienza a caminar de regreso. En el próximo recodo tomará otro camino para despistar a los tipos en caso que aún sigan en los callejones. Mientras camina, saca de su bolsillo una caja de cigarrillos. Enciende uno. La capucha que lleva sobre su cabeza protege la punta roja del pequeño cilindro de papel. Otro relámpago surca el firmamento y un nuevo trueno lo acompaña. Definitivamente está atardeciendo. Pronto todo será mucho más peligroso. Al menos, claro, que regrese.
Aprieta el paso.
            El gris a su alrededor parece teñir todas las cosas. El suelo es una mezcla de barro, asfalto y mugre. ¿Cuándo Tokio se volvió un sitio tan extraño? Los detalles invaden su visión. Tantos días oculta… y hoy, de pronto, su destino toma un giro inesperado. Otra vez la única opción que tiene es huir. Sólo que esta vez… esta vez está sola en el juego.
            ¿Cuánto más deberé esperar?, se pregunta.
            ¿Cuánto, antes de morir o ser capturada? O terminar en cualquier otra parte.
            ¿Cuánto, antes de sufrir un colapso nervioso y odiar de nuevo todo aquello que me hiciste sentir?
            ¿Cuánto, antes que la realidad me golpee otra vez?
            ¿Cuánto?, ¡dime!… ¿Cuánto, hasta que me llames?
            Y alguien grita en un idioma extranjero.
            It’s there! –dice la voz–. The bitch is there!
         
   Levanta la mirada. Un hombre, en la esquina del callejón, está apuntándola con el dedo. Dedo acusador. Dedo condenador. Es rubio, y lleva una gabardina gris empapada por la lluvia. Un instante después, dos más aparecen por el cruce y la ven. Vienen hacia ella.
            Y, una vez más, Rei tira el cigarrillo y comienza a correr.
            –Stop! –grita una de las voces.
            Pero aunque sabe lo que esa palabra significa, está muy lejos de tener intenciones de detenerse. Esta vez se liberará de ellos a como dé lugar.
            Baja por un nuevo y estrecho callejón. Luego otro. Busca en sus pensamientos la información que le permita deducir dónde ocultarse. Su mente es un gran ordenador y −mientras su cuerpo se mueve en piloto automático− frente a sus ojos aparece una lista de sitios escritos en letra verde sobre un fondo negro. Su pequeño y complejo GPS interno. Sus reflejos la protegen de no caer, no ser alcanzada y no bajar la marcha, respaldando su mente que trabaja a toda velocidad. Siente el zumbido eléctrico fabricando hipótesis y posibilidades. Nada parece conformarla.
            Da un nuevo suspiro. La lista desaparece de sus ojos. Es cuando, de manera casi accidental, repara en una tapa negra en el suelo asfaltado, de la que sale un vapor blanco.
            Su salida. Las alcantarillas.
            ¿Cómo no lo pensó antes?
            Se acerca a la gruesa lámina de metal e intenta abrirla. No puede. Parece sellada. Maldice. Vuelve a intentar. Sus dedos resbalan en la superficie empapada. Se vuelve a oír la voz en inglés.
            –Get her!
            Rei no quiere mirar. Su atención necesita concentrarse en la tapa. Necesita moverla, y si se distrae no podrá hacerlo. Todo su conocimiento, toda su inteligencia, todo su potencial no le servirán de nada. No está frente a un ordenador, y aquella tapa no cederá con un virus informático. Esta vez es la realidad. La realidad golpeándola de nuevo. Y mientras tanto sus dedos siguen deslizándose por aquella superficie tan diferente a las teclas para las que están entrenados. Escucha los pasos acercándose con la lluvia.
(Trac, trac, trac, tracatrac…)
Las pesadas botas retumban en todo el callejón como el crudo sonido de una muerte cercana e inevitable. Las voces gritan que levante los brazos. Gritan que si no se detiene van a disparar. Gritan que no hay salida. Y el golpeteo de los pasos comienza a hacer eco dentro de su cabeza. No encuentra forma de abrir la condenada tapa.
¿Cómo mierda se supone que debería concentrarme con tanto ruido?
Y para coronar la velada, un helicóptero sobrevuela la zona.
(Zum, zum, zum…)
Está atrapada. No hay regreso. Ya es tarde. Los hombres están a mitad de camino y portan armas. Éste es su último día. Algo malo está por venir. Un final demasiado predecible. Siente una angustia oprimirle el pecho. No es morir lo que teme. Es no verlo más.
Hasta ese momento todo lo que la había llevado a sobrevivir era la esperanza de reencontrarlo. La espera podía ser cruel, lenta, imprecisa e inmutable… Pero no le importaba. Lo que quería era estar con él de nuevo. Quería que su cuerpo la volviera a poseer entre las sábanas de aquel cuarto, y que la piel ardiera de deseos mientras eran sus labios los que mordían sus pechos, su cuello y su cordura. Necesitaba esos brazos estrechándola con la fuerza de mil demonios, para sentirse protegida y segura de nuevo. Sólo él sabía la fórmula exacta. Sólo él tenía el elixir capaz de arrebatarle sus dudas, sus temores, sus pensamientos y sus delirios. Sólo él tenía el poder de salvarla de ella misma con un solo abrazo. Era su medicina. No concebía la idea de no verlo más. Deseaba sobrevivir. Necesitaba reencontrarlo.
            Y fue en ese momento… en ese preciso momento… que la tapa cedió.
            Al principio sólo un poco. Luego el agua y el deseo se encargaron del resto. Al ver aquél logro, los hombres se detuvieron. Estaban a escasos cinco metros de ella. Sus armas la apuntaron, sus voces volvieron a gritar. «Detente o disparo». Seguro era ésa la mejor traducción. El callejón se detuvo en el tiempo. La tapa del alcantarillado abierta, ella a un lado de la entrada al subsuelo, y los hombres dispuestos a terminar todo en ese preciso instante si fuera necesario.
            Pero Rei sonríe.
            No. No es cierto. No van a terminarlo allí.
            Ustedes, Hijos de Puta, me necesitan.
La sonrisa se vuelve una carcajada inundada de  sarcasmo.
            –Hasta la vista, Perdedores –susurra.
            Y su cuerpo desaparece por el hueco circular que ha abierto en el piso, al tiempo que el estallido de un arma hace eco en el silencio. Cuando los hombres llegan al lugar, ella ya ha deslizado la tapa de nuevo, cerrándola tras de sí. Mientras se aleja por la red del alcantarillado, escuchó la voz hablándole a alguien –probablemente por un móvil o un transmisor–, y otro que corre por la calle, alejándose.
            Come on! Find her! She is in the fucking sewers!
            A través de los túneles subterráneos, avanza durante mucho tiempo. Se pierde lejos de todo. Y cuando siente que el agotamiento empieza a pesarle, abre una puerta de las varias que ha encontrado, y se deja caer en la oscuridad de un depósito. Se tiende en el suelo, una vez que corrobora que  ha cerrado bien la entrada, y se arrastra hasta un rincón de las sombras. Agitada, entre jadeos, aguarda. Después, vuelve a sacar el móvil de su canguro. Abre la pestaña e ilumina a su alrededor. Efectivamente, la habitación está llena de trastos y herramientas. Por lo pronto no hay nada más. Dirige la pantalla del celular a su rostro. La luz la ciega un instante. Vuelve a verificar que nadie la ha llamado. Ni un solo mensaje la aguarda. Sólo el vacío existencial. Un teléfono móvil como única arma de defensa y nadie a quien poder llamar. Únicamente la espera. Y ella odia esperar. Ahora más que nunca.
            Y mierda, como me duele la puta cadera…
            Un rato después, escucha los pasos de sus perseguidores que pasan de largo a través de los túneles. O no repararon en la puerta o son muy idiotas, pero sus pasos se pierden en la distancia y ya no vuelve a oírlos de nuevo. Sólo le resta respirar, más tranquila.
            Que final de porquería, piensa. Aquí estás, Rei, oculta en las alcantarillas. Perdida en el negro del mundo. Nada que pueda salvarte. Ni un solo rastro de misericordia. ¿Eres consciente de que nadie va a rescatarte de aquí? ¿Eres consciente de que morirás sola? Ellos te van a encontrar. Te capturarán, te torturarán para hallar a tu lindo noviecito, ¿y luego? Luego morirás sin ninguna razón. Él se escapará, como siempre. Su cuerpo se perderá en alguna parte, y el tuyo será el alimento de los peces amorfos que habitan en las cañerías de esta urbanización acelerada. ¿Acaso eres tan estúpida que no puedes entender eso? Todo lo que estás haciendo es en vano. TODO, Rei.
            Cierra los ojos. Guarda el aparato en su bolsillo. La luz del móvil la hace sentirse segura, pero ahora necesita el único abrazo de las sombras. Sin embargo, a través de sus párpados sigue sintiendo que algo la ilumina justo en el rostro.
            Un resplandor se mueve delante de ella.
            Sí. No hay duda. No es una simple sensación. Una luz está apuntando directo a sus ojos. Siente miedo. ¿Se trata de una linterna? ¿Hay alguien más ahora con ella?
            La embarga una vulnerabilidad insoportable.
Rendida a los brazos del destino, abre de nuevo sus párpados y mira justo hacia el lugar del que viene aquella extraña luminosidad.
Entonces la ve.
En la oscuridad, emitiendo su piel una inusual irradiación rojiza, como un aura que lo ilumina todo… hay una niña.







Kimi –susurró, y abrió los ojos.
            La música electrónica comenzó a crecer, como si sus oídos se hubieran acordado de repente que debían escuchar. Los rayos láser de la pista, las luces robóticas, y las sombras azuladas en el interior del local la despabilaron. Estaba en el interior del Doll−In House. Era el mismo pub en el que había pasado todas las noches de sus últimos tres o cuatro años, ejerciendo siempre de DJ. Las voces, mezcladas con la música, la aturdieron por un instante; y de pronto la embargó un deseo irremplazable por largarse de allí. Frente a ella, en su mesa, sólo quedaban algunas líneas de coca y un vaso con licor. La misma mierda de siempre.
 

            –¿«Kimi»? –preguntó una voz a su lado–. ¿Qué estabas soñando, R?
            –No lo sé, Hayate. No recuerdo –respondió ella, sin mirarlo.
            –Pero antes de despertar dijiste «Kimi». ¿Qué significa?
            –¿De verdad me lo preguntas?
            –Claro.
            –Acabo de decirte que no lo recuerdo. No fastidies. Debe ser alguna incoherencia relacionada a lo que sea que estuviera soñando. Si es que soñaba…
            –Siempre soñamos. –Hayate se encogió de hombros–. Sólo que a veces simplemente… no lo recordamos.
            –Bien. Entonces esta es una de esas ocasiones en que «simplemente… no lo recuerdo».
            –Está bien, está bien. No te enojes.
            Rei emitió un pequeño quejido de cansancio. Posó el rostro entre sus manos y se quedó así por un instante.
A su lado, Hayate contempló la multitud. La cresta punk teñida de verde en su cabeza fulguraba en las sombras. Parecía brillar con un resplandor propio. Aquella noche iba vestido con su gastado chaleco de jeans y los acostumbrados pantalones negros de cuero, que a cualquier persona les sentarían ajustados pero que en su cuerpo −delgado en extremo− siempre quedaban holgados. Tenía las piernas cruzadas, y una de sus manos apoyada sobre la rodilla. Con la otra fumaba un cigarrillo de marihuana, descansando el codo sobre el respaldo del asiento. Rei, en cambio, permanecía en la misma posición, con su capucha en la cabeza y el rostro hundido entre sus manos.
            –¿Tienes jaqueca? –preguntó.
            –Siento un martilleo en mi cerebro −respondió Rei.
            –Jaqueca −corroboró él.
            –Como sea.
            –Normalmente te recomendaría que tomes algún analgésico, pero en tu estado no es conveniente. Tienes tanta droga y alcohol en el cuerpo como para abastecer todo el Doll−In House durante una semana.
            La chica volvió a recostar su espalda en el asiento, y miró la multitud de cuerpos bailando en la pista.
            –Parece que tienes un admirador –le susurró Hayate.
            –¿A qué te refieres? –preguntó ella.
            Su amigo se limitó a hacer un movimiento con el mentón, y entonces Rei buscó con la mirada lo que él señalaba. Sus ojos barrieron el local. Vio a los narcos vendiendo sus drogas con total libertad; al nieto de algún líder yakuza besuqueando prostitutas de vestidos tan cortos como ajustados, rodeado por los guardaespaldas que lo protegían; a los hackers –como ella– lanzando alguna información a través de modernos ordenadores portátiles… y luego la pista, llena de aquellos que dejaban a la droga y el ambiente trasladarlos a un subliminal universo alterno. Detrás de esas personas, apoyado a una pared y oculto en la oscuridad, una figura ensombrecida fumaba y la miraba. No se apreciaba su rostro, invisible bajo la capucha del canguro, pero se notaba que su atención estaba puesta en ella.
            –Hace varios días que ronda por aquí –susurró Hayate–. Me pregunto cuándo se decidirá a hablarte.
            –Quizá es psíquico, y sabe de antemano que no es buena idea.
            Su amigo se rió.
            –Sí, es posible.
            Rei observó a la figura oculta en las sombras. El punto rojo de su cigarrillo flotaba en la oscuridad, ascendiendo a su cabeza y luego descendiendo de nuevo. Se preguntó qué buscaría ese personaje de aspecto irreal acechándola desde el otro rincón de aquel infierno musical que alguien dio por llama Doll−In House. No era la primera vez que estaba allí, era cierto. Hayate tenía razón. Algunas noches atrás había reparado en su presencia y aunque intentaba ignorarla, la tenía más presente de lo que imaginaba. La primera vez que lo vio, fue mientras movía los discos creando sonidos electrónicos que la audiencia recibía extasiada. Estaba bajo los efectos de alguna droga, como siempre que ejercía de DJ, y por eso creyó que la sombra que veía de pie entre los cuerpos danzantes no era otra cosa que uno de los tantos efectos de aquellas extrañas nuevas adicciones que esperaban tras cada nueva curva. No le habló a nadie de esa figura, pero tampoco fue necesario. El instinto observador de Hayate le había dado el don de descubrir los acertijos más complicados. Que reparara en el individuo en la oscuridad no era nada extraño.
            Lo que nadie sabe es que, aquella primera vez, pensó mucho en él. Y pensar en él la hizo tener sensaciones inusuales… aunque no estuviera muy segura de ello. Cuando se retiró a su casa –ubicada en uno de los pocos barrios de los suburbios que aún permanecían tranquilos– el oscuro callejón la recibió, como cada noche, silencioso y vacío. Bañado por la madrugada, parecía destilar esencias mientras un grupo de esqueléticos gatos se disputaban los restos de basura amontonada, alrededor de los tachos que dormían su sueño aburrido cerca de la salida de emergencia del local. Cuando Rei pasó, varios levantaron sus cabezas y sus ojos brillaron en las sombras con curiosa elegancia. Los seis puntos luminosos que flotaron en la cortina negra que creaba la oscuridad parecían hilar el preludio de una amenaza. Para Rei, eran sólo un grupo de gatos hambrientos.
           
Atravesó los viejos bulevares, los mismos viejos locales de siempre, y luego salió a una ancha avenida que brillaba orgullosa bajo su artificial resplandor de neón. Caminó apresurada entre la multitud, y llegó finalmente a la estación donde tomaría su tren nocturno. A apenas unas cuadras del andén en el que descendió, estaba su pequeña casa camuflada por la monotonía de todas las casas de aquel sector de la ciudad. A pesar de lo tarde que era, había aún un bar abierto donde los mismos ebrios de siempre saciaban sus cuerpos con el único combustible capaz de quemar las huellas del alma. Pero esas huellas dejan cicatrices imborrables. Los ebrios de siempre parecían no saber eso. O preferían ignorarlo.
            Igual que siempre, Rei entró en su hogar, encendió las luces, y se dejó caer en los almohadones que tenía en mitad de la pequeña sala. Fue cuando pensó en el chico –porque estaba segura que era un chico– que la observaba desde la distancia, hasta que el dolor de cabeza le impidió seguir vagando por su mente. Exhausta, fumó un cigarrillo con los ojos clavados en el techo. Las fuerzas duraron poco más. Se durmió allí mismo.



Apenas una hora después, la incomodidad la despertó. La luz encendida en el cuarto molestó sus ojos, por lo que no estaba segura de haber visto lo que vio. En un destello, le había parecido divisar una sombra que se movía hacia el cuarto contiguo. Pero, a pesar de buscar explicaciones o evidencias, no encontró ninguna. Sólo el terrible sentimiento de que algo había cambiado… Algo relacionado a él. La figura que la miraba entre la multitud.
Apagó las luces y se arrastró a su cama. No demoró en dormirse, de nuevo.



La vida de Rei, sin embargo, era nocturna. Completamente nocturna. Durante el día nadie sabía qué hacía. Quizás sólo dormía. Pocas personas tenían acceso a esa parte de su vida privada, y sólo dos mantenían el privilegio de verla a diario. El primero era Hayate, el segundo Nobu. Mientras el primero era hacker, como Rei, el segundo se perfeccionaba en la reparación, creación y manipulación de la tecnología en todas sus formas. A ambos los conoció en un parque de la ciudad. No supo muy bien por qué actuó como actuó aquél día, pero luego decidió que no estaba mal tener un poco de respaldo. Fue a Hayate a quien salvó de algunos abusadores que lo golpeaban a las afueras de un instituto, y desde entonces tanto él como su amigo, Nobu, se las habían arreglado para que la chica los aceptara sin más, en lugar de alejarlos como a todas las demás personas de su entorno inmediato. Más que un acto de bondad o algo predestinado, aquello tenía un sabor a desliz. Hayate simplemente tuvo suerte. Si los abusadores hubieran elegido cualquier otro día, Rei no lo habría defendido. ¿Por qué justo en aquel momento, en aquel instante, le dio por realizar un acto de misericordia? No tenía idea. Pero así pasaron las cosas, y era todo lo que podían pensar. Se trataba de aceptar que sucedió de esa manera y dejarlo así. Hay cosas que es mejor no cuestionarse demasiado.
Con el tiempo, la vida le haría meditar a la chica de maquillaje oscuro y carácter podrido, en como todo era tan diferente y tan igual entre la noche que vio por primera vez la figura en el Doll–In House, y ésta, la misma en que se le acercó a hablarle. Sucedieron cosas distintas, pero el sentimiento y el sabor agridulce eran los mismos.
Al despertar de aquél extraño sueño, poco después que Hayate sacara a colisión el tema, el personaje en las sombras se le acercó por primera vez. Antes de eso, Rei había estado haciendo su rutina de DJ durante largas horas. Él esperó paciente hasta el último descanso. El último, antes de irse de nuevo a su casa. En el momento exacto, tal como esperaba, ella se sentó en el mismo amplio sofá del local, tomando sus drogas junto a Hayate.
Tenía los ojos cerrados, cuando una voz la sacó de su trance. Una voz cercana.
–Eres Rei, ¿cierto?
(Rei… Hey, Rei…)
Ella abrió los ojos y los clavó en la persona de la que venían aquellas palabras. Era el personaje que cada noche en las últimas semanas se ocultaba en las sombras y la observaba como un fetichista obsesionado. También él tenía la capucha de su canguro puesta, y fumaba otro cigarrillo. A ella le sorprendió que finalmente se animara a hablarle. Había llegado a pensar que eso no ocurriría jamás. Así y todo, se limitó a encogerse de hombros como demostrándole que le importaba lo mismo que el predecible pronóstico del clima.
–¿Quién pregunta?
Sólo entonces el personaje dejó al descubierto su rostro juvenil. Tenía el pelo desordenado, ojos profundos y unos pequeños anteojos de fina montura negra. Le sonrió con una tranquilidad que perturbaba, y se presentó con una leve reverencia.
–Me dicen 2D. Busco tu ayuda.
–¿2D? –se extrañó Hayate–. ¿Qué clase de nombre es ese?
El chico nuevo sonrió con cortesía.
–Es sólo un pseudónimo. En realidad mis dos nombres son Daniel Daisuke. Por eso todos me dicen 2D. Aunque deberían decirme 3D, porque mi apellido es Deep.
Ni Hayate ni Rei se rieron con su chiste, pero al menos uno de ellos le respondió. Con el tiempo, también él sabría que había tenido suerte en ese sentido.
–Deep, ¿eh?
–Sí. Soy mitad americano.
En aquel momento Rei no fue capaz de descifrar la sensación que pasó a través de su cuerpo, aquella corriente eléctrica que acarició cada fibra de su ser, pero con el tiempo supuso que –por primera vez en su vida– se sintió nerviosa. Ella también tenía el karma, la huella cruel de ser mitad extranjera. Su padre era ruso. De allí sus pupilas azules en mitad de los ojos rasgados. Una particularidad que no le terminaba de gustar.
–No estoy interesada –dijo Rei al chico, aquella noche. Fue como desafiarlo. Como decirle: «No ayudo a perdedores». E intentó olvidar todo ese loco asunto de permitirle a alguien el hacerla sentir algo.
–Es que realmente creo que te interesará… –insistió 2D, pero ella parecía decidida.
–Lo siento −le dijo−, no trabajo con personas. Sólo empresas.
El joven, la figura que se refugiaba en las sombras de cada noche, asintió en silencio. Desistió. Volvió a colocarse su capucha y le dedicó una nueva reverencia.
–Está bien –murmuró–. Siento molestarte.
Y se alejó entre las personas, hasta desaparecer tragado por las tonalidades del local.
Hayate iba a decir algo más, pero Rei lo hizo callar con la mirada. Se puso de pie, y se fue de allí. Caminó por el callejón de los gatos, por la avenida de las personas, el tren de las desilusiones, y atravesó finalmente el distrito solitario donde vivía. De nuevo, el bar estaba abierto. Estuvo horas recostada en el sofá, y al ver que no podía dormirse, decidió ir a aquel pequeño local a darse un trago.
El alba, esta vez, la encontró en los almohadones de su sala… y despierta.



Hay otra cosa que pocos saben de Rei, y es que nunca ha pagado por nada en su vida. Es uno de esos detalles que la convirtieron en la hacker más respetada de todo Oriente. Muchos pensaban que se trataba sólo de un mito, pero la propia Rei sabía que no lo era. Los kilos de cajetillas de cigarrillos que se fumaba venían por un error en el envío de la distribuidora, gracias a un trabajito de piratería realizado por ella misma. De esta manera, nunca pagaba por ellos. Siempre le llegaban, puntualmente. Lo mismo hacía con la comida, sólo que ésta la hacía enviar a una cabaña cerca de su casa, que había sido abandonada varias décadas atrás. El alimento era dejado en la puerta, y ella misma se encargaba de recogerlo. Al estar en una zona de parque, junto a un triste pantano, nadie rondaba ya por allí.
            Años después, cuando la información colapsara y el Poder estuviera en manos de alguien demasiado loco para escuchar explicaciones, Rei recordaría aquella época que tanto la fastidiaba, como un lugar melancólicamente poético en su vida.
Tan distinto a lo que vendría después.
Ahora que lo piensa, tenía un sabor premonitorio desde el principio. Quizá su exagerada forma de hacer que todo funcione a su manera también tuvo que ver. Pero la moneda no mostró una cara por casualidad. Esta vez, la suerte había sido corrupta. Muchos amaneceres la habían encontrado en aquel cuarto, soñando cosas que era incapaz de explicar. El sabor a despedida que el tiempo había dejado en su paladar aún no se había disipado cuando él llegó. No sabe si realmente desapareció del todo después de eso, pero sin duda ella misma había sentido un cambio casi apocalíptico abriéndose paso en su interior. Aunque, si lo analiza con detenimiento, en realidad fue un big−bang emocional.
            Sí. Eso fue.
            Algo murió cuando aquellos días terminaron, y algo también nació. El vacío dio lugar al universo, y la vida se abrió paso entre los átomos y las teorías. Tal como al comienzo, nada fue igual desde entonces.
            No sólo en ella estaba el sabor de la premonición. En todo su entorno había algo. En el mundo entero. Las crisis económicas y energéticas, la escases del agua y el petróleo, el cambio climático –nuevamente comprobado, esta vez en el Congreso de Oniwa, sustituto del de Kyoto después que ésta quedara reducida a cenizas en la última Gran Guerra–, la caída definitiva del dólar para ser sustituido por una nueva moneda cuyo nombre Rei era incapaz de recordar, y la continua tensión social en la que se vivía, con jóvenes revelándose contra los adultos y adultos revelándose contra el gobierno… todo eso tenía sabor a presagio. Los fenómenos sobrenaturales que ahora se volvían cosa de todos los días no eran eventos al azar. En consecuencia, la llegada de él tampoco fue casualidad. Había sido anunciada mucho antes. Su advertencia se dibujaba en todo lo que la rodeaba.
            La Primera Gran Señal vino con las aves. Ellas portaron el primer mensaje de alerta.
            La Segunda, había sido el Hombre del Traje Gris.
            El resto fue una batería de explosiones inexplicables…


            Al menos ahora, puede de darse cuenta de algo: todo estuvo siempre gobernado por la locura. La locura insana. La locura absoluta.







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Próximo Capítulo: "Encuentro"



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