Introducción: "Alfa"
Rei abrió los ojos de pronto. Le
había parecido escuchar un sonido (¿Pasos?), pero no estaba segura.
Últimamente no estaba segura de nada. Sin embargo, como si se trataba de un
reflejo instintivo, su mano se movió entre las frazadas, lentamente, hasta el
arma que yacía bajo la almohada. Al principio pensó que se trataba (¿cuándo
no?) de un sueño, y que no encontraría el frío metal bajo su cabeza, pero
allí lo halló, como todo el tiempo, oculto y álgido en las inmediaciones del
underground de su lecho indescifrable. Era el frío de la Muerte, protegiéndola. El
frío que aún guardaba el tacto de los dedos de su noviecito desaparecido, sus
huellas digitales ocultas en cada rincón, como si aquel asesino pedazo de chatarra
hablara de él, a fin de cuentas.
¿Por
qué la había ocultado bajo la almohada y no bajo el colchón? O en la mesita de
luz. Cualquier sitio habría sido más cómodo y seguro. Aunque sabía que el arma
no se dispararía por sí misma. Estaba trabada. Y las armas trabadas
(las
carga el diablo)
no
suelen dispararse solas. Sin embargo, se sentía más segura cuando era él quien
la tomaba entre sus largos dedos, finos, ágiles y seductores. Dedos de músico.
De estrella de rock. Dedos que habrían quedado perfectos en el mástil de una
guitarra más que en el gatillo de una 45, o en las teclas de una computadora.
Esos dedos sabían manejar más un revólver que los suyos, pequeños y torpes. ¿Es
que él no se daba cuenta de eso? ¿No era capaz de notarlo? Habría estado mucho
más a salvo si la hubiera dejado desarmada. Entonces, escapar resultaría un
asunto fácil, sin la tentación de liberarse por la senda más rápida, corriendo
el riesgo de echarlo todo a perder y acabar siendo el alimento de los peces
deformes que nadaban en las profundidades de los muchos canales de Tokio. Es
que no...
(escucha...)
Abrió
los ojos muy grandes, y las luces de la ciudad que entraban por la ventana
dibujaron paisajes en sus pupilas bordeadas de azul. Había escuchado. Había
notado aquello que su mente ya sabía mucho antes que ella. El sonido. El sonido
de nuevo, pero mucho más cerca. Un sonido que no venía del pasillo, sino de la
habitación continua. De la pequeña sala de aquel apartamento de segunda.
Alguien caminaba despacio
(toc...
toc... toc...)
para
no hacer ruido. Alguien que probablemente buscaba el maldito papel que ella
guardaba en el bolsillo de aquella ridícula (sexy, según Daniel) ropa interior que le había obsequiado antes de
irse, con un bolsillo particularmente ubicado en la parte de atrás, donde
podría guardar el pequeño documento sin miedo a que...
(¿A
qué? Vamos, Rei... ¿Realmente creíste que sería tan fácil? ¿Te revisaban los pantalones,
no encontraban nada y se iban con las manos vacías..?. ¿Pensaste que sería así?
¿En serio te comiste ese estúpido cuento? A veces puedes llegar a ser muy
idiota....)
Suspiró,
y presionó con más fuerza el frío (ahora más calido) metal del arma bajo la
almohada. Pensó que las cosas estaban poniéndose demasiado densas para su
gusto, y realmente no era aquello lo que había planeado. Porque si ella...
Un
nuevo sonido detuvo todos sus pensamientos de golpe. Fue un instante de
movimientos automáticos. Como si un destructivo rayo hubiera impactado de
pronto contra su cerebro, exterminando con su poder todas las cosas que antes
pasaban por su cabeza. Y de pronto todo aquello que parecía importante se
esfumó, arrastrándola a la realidad de la manera más cruel y directa que se
pudiera esperar.
El
sonido era su móvil. Ubicado sobre la mesa de luz, empezó a vibrar y emitir
aquella vieja canción de Manson que antes adoraba, pero que en ese instante
odió con toda su alma. La luz de la pequeña pantalla exterior pareció un sol
resplandeciendo en aquel rincón del dormitorio, y de golpe todas las cosas
tomaron un escalofriante y pálido matiz. Un color totalmente diferente. El
augurio de una razón distinta.
El
mundo en aquel cuarto era su enemigo… y quería destruirla.
Tomó
el aparato con agilidad y lo calló. Después, guardó silencio. Notó que los
pasos en el cuarto continuo –por supuesto– habían cesado. Probablemente la
persona que estaba allí, fuera quien fuera, intentaba oír lo que ocurría en
esta habitación. Sabía que había encontrado su presa. El demonio estaba hambriento,
y ella era carne fresca. Ahora no había más tiempo. Los relojes de su cuerpo se
habían detenido en una hora peligrosa. Debía actuar. No tendría otra
oportunidad. Miró con rapidez la ventana, pensando en la mejor forma de tirarse
por ella, sin recordar apenas que estaba en un tercer piso y que las cosas no
eran tan fáciles como creía, pero de todos modos no pudo llevar a cabo ni ése
ni cualquier otro plan, porque la puerta del cuarto se abrió con un lento y
lúgubre chirrido –irritante a sus oídos–, que la obligó a hacer lo único que
era capaz de hacer desde la cama. Aquello que hacía cuando era niña y la
asustaba la rama que golpeaba contra la ventana de su dormitorio, extendiendo
brazos esqueléticos de dedos
(finos,
largos y ágiles… como los de una estrella de rock)
que
parecían querer atraparla a través del cristal. Se tapó con las frazadas hasta
cubrir su cabeza, y sacó con cuidado la virgen arma que yacía bajo la almohada.
Aquél fálico cilindro de metal que esa noche acabaría por robarse la vida de alguien.
Ella, o la sombra en el dormitorio.
Y los
pasos comenzaron a avanzar de nuevo. Porque ya se sabe que las sábanas son una
ilusión falsa, estúpida, sin sentido, y que no la protegerían ni de un
fantasma, ni de un mortal. Así de simple. Ella estaba condenada, y era todo lo
que sabía. Ella estaba jodidamente condenada.
(toc…
toc… toc…, Rei)
La
niña sonrió en su mente. La niña volvió a sonreír, como sonreía a veces. Sonrió
de esa forma especial que siempre destilaba oscuros augurios. «Algo malo va a
pasar», parecía decirle. Algo muy malo, Rei…
Y los
pasos en el cuarto se detuvieron junto a ella. Podía sentir su presencia, tan
cerca que le habría bastado estirar la mano para poder tocarla. El bullir de su
respiración excitada, como la de un lobo que está ansioso por comerse a la
pequeña oveja. La figura trasluciéndose a través de las sabanas. La sombra de
pie a su lado, y un rostro que no llegaba a distinguir, la observaba
directamente a través de la tela. Aquella mirada era lo único que traspasaba
todos los márgenes de su imaginación, apuntando justo a sus ojos. Y un
escalofrío la hizo preguntarse si la estaría viendo, después de todo. ¿Sería
eso posible?
(escucha...)
Rei
tensó todos sus músculos al mismo tiempo. El dedo en el gatillo estuvo preparado,
aguardando el más mínimo movimiento.
(escucha...)
El
tiempo se detuvo. El mundo dejó de girar por un instante. Ya no era de noche,
ni de día. No había estrellas, ni sol, ni lluvia, ni viento. El silencio se
hizo presa de todo su entorno (a excepción de ese maldito silbido de
aturdimiento en su oído que le impedía concentrarse).
Durante
un momento no pasó nada más.
La
figura quedó de pie, respirando como lobo.
Ella
quedó tensa y asustada, aguardando como un cordero.
La
niña rió en su mente…
(escucha...)
¡Cállate!
¡Cállate!
La
oscuridad se apoderó de todo. Un tintineo sonó a lo lejos. La ciudad durmió su
siesta inmensurable. Los segundos pasaron….
(uno…
dos… tres…)
La
sombra siguió de pie, inerte como un cadáver. Cada vez más silenciosa y lejana.
Pasó
tanto tiempo, que Rei empezó a sentirse cansada. La sombra a su lado seguía (¿seguía?)
allí, pero ella empezaba a notar que la distinguía cada vez menos. Como si fuera
engullida por la oscuridad. Como si la noche se hiciera presa de su presencia.
Y empezó a cuestionarse si después de todo no sería parte de su imaginación.
Quizás
no había nadie allí.
Quizás…
¿Por
qué, Daniel? ¿Por qué te has ido? ¿Por qué no vuelves? Sabes lo peligroso que
es para mí esta soledad… Sabes lo difícil que me lo pone. Tú lo dijiste: Mi
mente es mi propia enemiga. Entonces… ¿por qué me dejaste sola, con ella?
¿Por
qué?
Y en
ese momento pasaron tres cosas. Tres cosas al mismo tiempo. Tres cosas en un
mismo instante. Tres. Simplemente tres. Y las tres se complementaron para darle
un desenlace a aquella locura. Las tres, sin excepción, fueron necesarias.
Rei
sólo tiene en la cabeza una de ellas. La primera.
Al
filo del alba, con una sombra inerte mirándola a través de la fina cortina de
sus frazadas, mientras mantenía los dedos quietos en el gatillo de un arma que
le hablaba de aquel chico que la dejó con sus delirios y su mente, su móvil
sonó de nuevo…
…y es todo lo que recuerda.
Yo tuve la suerte de ser la primera en leerlo ya q le ayude a mi esposo a corregirlo y me encanto la trama es muy buena les va a gustar en el mejor de los casos encantar,,, no se van a arrepentir de leerlo,, después de leerlo pongan me gusta si es asi , comenten y compartan,,, aaaa se los contaria pero les arruinaria la entretencion
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